Unos 27 grados de temperatura que amenazan con coger más fuerza bajo el sol. Parejas y grupos de amigos tomando algo refrescante en las terraza a orillas de la playa, familias despistadas haciendo compras de último segundo en el supermercado, nosotros tomándonos este día de fiesta y subiendo los grados de alcohol en sangre antes de que caiga la tarde. Un día de verano que resulta ser 24 de diciembre, o Nochebuena. Aparte de la discreta decoración navideña y algún que otro apasionado de estas fiestas que luce un «total Xmas outfit» por la calle (gorro de Papa Noel o conjunto blanco-rojo-verde de pies a cabeza) no percibo la Navidad. Y no me desagrada. Nunca he sido muy navideña, en parte y principalmente porque no soy creyente, y en segundo lugar porque siempre han sido fechas marcadas por la distancia, la nostalgia y el recuento doloroso de los que no están conmigo. Pero este año, incluso más lejos de todos los seres queridos y familiares, alejada del «espíritu navideño» y la presión que eso genera en algunos, puedo decir que estoy viviendo una de las mejores Navidades de mi vida.
Aquí la gente se va la playa hoy y mañana y todo la semana si puede. A pesar de haber vivido en Tenerife 6 años nunca viví unas Navidades tan veraniegas (a veces se me olvida que allá también hace frío en invierno), ni siquiera en Venezuela durante mi niñez (puede que sea porque era muy niña y no tenía edad para pasar estas fechas en bikini y chanclas con mis amigos), pero más que el estado del tiempo lo que noto es un estado emocional diferente en mí. La serenidad que me invade en estos días hace que lo vea todo desde otra óptica y que se detenga la innecesaria y masoquista costumbre de sufrir por lo que no tengo y los que no me acompañan para disfrutar de donde estoy y de quienes me he encontrado en el camino.
Hoy toca jornada laboral. Mañana, para adaptarnos a la celebración «aussie» de la Navidad haremos una barbacoa/picnic en la playa. Un día normal de verano nos espera.
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